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Era un pastor tan sordo,
tan sordo,
que tenía un rebaño de orejas.
La lluvia sobre las piedras,
la lluvia sobre la hierba,
o la lluvia sobre el río,
el pastor lo oía todo el tío.
Las ovejas oían por él
y él oía por el balido de sus ovejas.
-¡Beee, beee, bee!
Cuervo que grazna,
ciervo que pasa,
nube que truena,
todo lo oía desde
que el sordo pastorcillo
de cara chorlito
y sabañón en la nariz,
llamaba orejas a sus ovejas
y era feliz.
Gloria fuertes
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