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Cuando llega el verano, este animal sufre un proceso conocido como estivación, equivalente a la hibernación de algunos animales en la estación fría. En concreto, ante el aumento de las temperaturas el sapo se entierra en arena (hasta un metro de profundidad) y reduce su actividad metabólica al mínimo, a la vez que su piel secreta un moco que se endurece y le permite retener grandes cantidades de agua sin que se evapore ni una sola gota. Así puede permanecer más de 10 meses. Después de una intensa lluvia, regresa a la superficie para volver a coger reservas de agua y de alimento. Los aborígenes conocían desde hace tiempo esta extraordinaria capacidad de los sapos y, cuando se topaban con uno de ellos en época de sequía, presionaban ligeramente su piel para extraer el agua y bebérsela sin hacer daño al animal.
En cuanto a su fisiología digestiva, se ha demostrado que, en situaciones extremas, Cyclorana platycephala puede permanecer sin comer durante nada menos que cuatro años.
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